Uno nunca sabe las vueltas que va a dar la vida, a veces pensamos que la monotonía acabará con nosotros, pero el día menos pensado ocurre algo que pone nuestra vida patas arriba y hace que todo cambie.
Hace unos días comenzó en el colegio una actividad de voluntariado en la que los alumnos de 1 de Bachillerato nos acercamos una hora semanal a ayudar en un centro para personas discapacitadas y excluidas de la sociedad. Muchos hemos ido movidos por al curiosidad y temiendo ser dominados por nuestros prejuicios, y entre esos muchos me encontraba yo; fue hace justamente un día Llegamos a la hora de la merienda, al principio, he de reconocer que un poco asustados y avergonzados, porque si que es cierto que muchas veces no sabemos como actuar ante personas con alguna discapacidad o problema. Pero pese a la vergüenza y al miedo de no ser bien recibidos, nos desenvolvimos muy rápido, tan rápido como nos dimos cuenta de que aquellas personas necesitaban nuestra ayuda. Desde simples ancianos que se han quedado sin casa y sin medios, hasta personas muy enfermas con alzheimer o esquizofrenia, todas son dignas de recibir nuestro cariño y nuestro amor.
Varias cosas marcaron mi visita en el centro, la primera de ellas quizás no la entendais tanto porque hay que vivirla, ocurrió mientras servia la merienda, yo llevaba una jarra de leche, y al acercarme a una mesa, descubrí algo que me pareció muy familiar. Llené un vaso a un anciano y le ofrecí leche al que habia a su lado, en ese momento el anciano levantó la mirada, me miró a los ojos e hizo un gesto inconfundible, agachó la boca haciendo una mueca que en miles y miles de ocasiones se la habia visto hacer a mi padre, fallecido hace justo un mes. Esa mirada y ese gestó lleno tanto mi interior que hizo que estuviera aún más dispuesta a darles la ayuda que un día necesitó mi padre.
Otra de las cosas que me marcó también, ocurrió en la planta de arriba, en el dormitorio de Sara y Trini, dos mujeres casi inmóviles, que pasan sus días postradas en una cama.
Trini apenas puede expresar gestos con la cara, solo mueve la cabeza de un lado a otro y sonríe Sara tiene un poco más de movilidad en los brazos. Ninguna de las dos habla, pero en su rostro se puede ver la felicidad que les causa una simple visita.
Para los que colaboráis con gente de cualquier otra manera, esto es solo una forma más de expresar lo que se siente cuando das algo sin esperar nada a cambio, sin que te paguen con dinero sino con felicidad.
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