El amor, que todo lo atrapa, que a todos cautiva, traicionero en ocasiones pero el mejor aliado cuando es correspondido, ese sentimiento que recorre nuestras venas, ese cosquilleo en nuestro estómago.
A lo largo de nuestra vida creeremos enamorarnos constantemente, sufriremos desengaños amorosos, pero solo descubriremos el verdadero amor cuando llegue nuestra persona indicada. Un amor que se entrega, que lo da todo, un amor apasionado, sincero, real.
Cuando encuentras a tu persona ideal todo te parece más fácil, más llevadero, no reparas en defectos, no te paras a pensar en los obstáculos, nada te importa más que vivir con él y para él.
Las discusiones, los celos, las riñas, las peleas, todo queda olvidado y sepultado tras los buenos momentos, las risas, los besos, los abrazos, las noches en vela de mensajes, la sonrisa tonta, las primeras veces...
Todo es más sencillo cuando estás enamorado, el amor es no preocuparse nunca por estar solo, sentir en el fondo del alma una sensación de plenitud y armonía enormes.
Pero todo en el querer no son ventajas, el amor también es inseguridad, miedo a perder a la persona amada, imaginaciones que nos atosigan y atormentan, e impotencia e insatisfacción cuando das y no recibes.
Esto ocurre en los amores imposibles o no correspondidos, que pueden llegar a convertir nuestra vida en un auténtico calvario, dar todo y no recibir nada a cambio, sentirse vacíos e incompletos.
Es fácil aprender a querer, pero muy difícil intentar olvidar.
Cuando hemos amado y perdemos a la persona querida, siempre nos quedará una espinita en el fondo del corazón, un bonito recuerdo de la persona que ya no está a nuestro lado.
El amor puede ser maravilloso, si es recíproco, es una magia, una simple fantasía, que puede convertirse en nuestro mayor mal si no es mutuo.